Este año son ná que ver a las del pasado. Más livianas, más aerodinámicas, pero siempre de cobre. ¿Le gustan? La orfebre que las diseñó y fabricó, Lupe Pareja, explica el concepto coronístico.

 

A la vasta Fermentación Guachaca no pasó inadvertido un cambio ocurrido este año relativo a nuestros reyes: las coronas son distintas.

Por mucho tiempo el símbolo del poder de la reina fue una corona de cobre con varias puntas y gemas incrustadas y el del Gran Compipa, un gorrito de la constru hecho también del rojo metal.

Así eran las coronas de nuestros reyes hasta el año pasado.

¡Nada que ver con las coronas actuales!

Algunos quedaron encantados con las nuevas; las encuentran más modernas y aerodinámicas. Los más tradicionalistas alegaron que la de Pamela es muy “finé” y que Kaminski parece faraón egipcio. Demás está decir que a la Garrafa Central le gustaron los modelos 2019, por algo les dieron el visto bueno.

Su creadora es la reconocida orfebre Lupe Pareja, que lleva 25 años en el oficio. Se inició tomando clases con el maestro Ricardo Libedinsky, porque no es llegar y ponerse a hacer orfebrería.

“Partes del metal en granalla y luego empiezas a laminar y a trabajar hasta obtener la pieza que tú quieres —dice Lupe—. Fundes, haces láminas de metal o alambres, lo que uno necesite La tecnología ha aportado un montón de beneficios, hoy todo es casi eléctrico, pero es una técnica ancestral”.

Al poco rato se independizó. Compró sus propias herramientas y se fue a vivir a Chiloé, donde primero trabajó inspirada en la joyería mapuche. Entonces vino el despegue, que la ha llevado a exponer en un montón de partes, incluido Shanghái, y a hacer clases en distintos lugares, lo que abarca el Centro Penitenciario Femenino por estos días.

Empezó a hacer coronas hace un par de años, pero no exactamente de reyes. Estaba visitando una iglesia en Chiloé, de esas que son patrimonio de la Unesco, y su ojo de orfebre cachó algo que pocos notan: los vetustos santos encumbrados en los altares mayores portan todos sus coronitas de metal, algunas preciosas. Lupe se puso a investigar y descubrió que nadie había hecho un catastro ni estudiado las coronitas de los santos chilotes, como sí se ha hecho con la arquitectura de las iglesias y las figuras religiosas. Ella quiso llenar ese vacío con sus propios recursos y la ayuda de la comunidad isleña. “Como soy orfebre y viví muchos años allá, me pareció mínimo dejar un legado”, explica. Desde entonces está dedicada a encaramarse a los altares y con sumo cuidado bajar las estatuas para limpiar, pesar, medir, categorizar y registrar sus coronas. El proceso termina con la confección de una réplica.

“Así he ido descubriendo de qué están hechas, en qué siglo, qué escuela de orfebrería las realizó. La idea es completar un catastro para en un futuro publicarlo”, cuenta. Agrega que la mayoría está hecha con técnicas de policromía, datan de los siglos XVII y XVIII y hay varias de plata. “Nadie lo sabía porque nadie se había dedicado a limpiarlas”, acota.

De hacer réplicas de las coronas de los santitos pasó a fabricar modelos para novias y modelos, y se las empezaron a pedir para sesiones fotográficas y desfiles de moda. La mayoría son de bronce, alpaca, cobre y unas pocas de plata.  

Lupe le tenía echado el ojo a los Reyes Guachacas hace rato. “Hacía tiempo que quería hacerlas —relata ella—, pero había un colega orfebre que las hacía. Aprovechando que supe que este año no las iba a hacer porque está un poco desvinculado de la orfebrería, ubiqué a Dióscoro, me junté con él, le mostré fotos de mi trabajo y le hice la propuesta”. La propuesta gustó. El único requerimiento del Sumo Compipa fue que estuviesen hechas de cobre.

RAMITAS DEL CAMPO

Lo que Lupe tenía en mente eran piezas inspiradas en el campo chileno. “Para la mujer, estaba pensando en una corona que tuviera ramitas de ruda, un helecho, una rosita, una fucsia, una hortensia… Réplicas de ramitas que encuentras en nuestro campo —describe la orfebre—. Para el hombre, una cosa más masculina, con hojitas de encina. Es una estilización de la hoja de encina. Quise jugármelas por algo un poco más moderna, más liviano, más llevadero”.

Ruda y hortensias para la reina.

Alrededor de dos semanas demoró en fabricarlas. “Hago un molde de la corona en tamaño real, en cartulina, y ahí voy viendo las proporciones, el contorno… Voy componiendo en papel primero y, cuando estoy conforme con la maqueta, lo empiezo a realizar en metal”, cuenta.

Hojas de encino para el rey. La única exigencia es que fuera de cobre, el metal que representa la generosidad de los chilenos: siempre se lo hemos regalado a los gringos, a los milicos o a los Luksic.

Para los tamaños, se basó en la circunferencia promedio de un cráneo chilensis, pero resultó que el mate de Kaminski supera ese promedio por un par de centímetros (nuestro rey tiene un cerebro prominente), así que tuvo que agrandarla a último minuto. “Le puse una unión, como una huincha”, explica ella. Quedó piola.

A los soberanos las coronas les gustaron. Lupe también quedó conforme. “Me encantó la experiencia y me encantó ver a la Pamela con la corona”, dice.

Puede sapear la obra de Lupe Pareja en:

https://www.pinterest.cl/tomasa29/lupe-pareja-orfebre-chile/

https://www.instagram.com/lupe.pareja/