Por Charlie

Básicamente, salgan del universo paralelo que habitan y asómense un rato al otro Chile, donde la mitad para la olla con menos de 350 lucas. ¡Y déjense de contar plata frente a los pobres! Es señal de mala educación.

 

Desde un tiempo a esta parte, tengo la impresión de estar volviéndome loco, de vivir simultáneamente en dos universos paralelos y contradictorios, sin saber cuál es el verdadero. En otras palabras, vivo en Chile.

Vivo en un país donde cierta gente se queja de que no le alcanza para vivir con tres, cuatro, cinco millones de pesos al mes. Esas personas habitan en uno de los mencionados universos, uno donde una quina de palos no es más que un “sueldo reguleque”, según dijo, cuando era subse, la hermana del huaso Ossandón, hoy diputada a cargo de decidir qué leyes nos rigen.

A propósito de diputados, meses atrás, cuando se estaba discutiendo la posibilidad de poner a dieta a los honorables del Congreso (o sea, bajarles la dieta), vi un debate televisivo entre una parlamentaria del Frente Amplio y un colega de derecha. No tengo idea cómo se llaman, pero los dos eran jóvenes y el tipo derechista se parecía al Torombolo de “Archie”. La cosa es que la frenteamplista proponía rebajarse el sueldo a la mitad, de nueve palos a 4,5 brutos. El Torombo alegaba que eso era “populismo”. Cuando la entrevistadora le preguntó si estaría dispuesto a ganar cuatro melones al mes, él le respondió (parafraseo): “Es que yo soy abogado. Todos mis compañeros de generación ganan muchísimo más que yo.  ¿Y más encima me quieren reducir la dieta a la mitad? Ningún profesional que valga la pena va a querer ser diputado por esa plata”. ¡Chucha!

Este fin de semana, por algún motivo la revista El Sábado consideró interesante entrevistar a un cocinero que se define como “presentador de comida”, de apellido Carpintero o algo así. Y las redes sociales ardieron porque el señor Carpintero espetó que un sueldo de tres millones no le alcanzaría ni para tallarines (sepa más de lo que dijo aquí).

Otro habitante del Chile donde los millones se escurren como agua entre los dedos, donde en puro pagar los colegios de la prole se te van dos palos, donde en el par de nanas filipinas te echaste un millón y medio. En ese universo, yo soy pobre, supongo. Y rodeados de tantos malls ofreciendo lujos en qué encalillarse, de tantas nuevas torres que piden un ojo de la cara por metro cuadrado, de tanto influencer agitando el bling bling en las redes sociales, es fácil creérselo. El Chile real es el país de la opulencia y los que no encajamos somos unos incompetentes que el darwinismo dejó atrás.

Pero entonces uno se acuerda del otro Chile paralelo, el de las estadísticas y cifras oficiales, el país donde el sueldo mínimo llega a los $ 301 mil, y dense con una piedra en el pecho porque una luca más y la inversión se paraliza. En esa realidad, la renta media imponible es de 853 mil piticlines, según la Super de Pensiones, pero la mitad de los chilenos percibe no más de 450 mil pesos líquidos al mes. Un análisis que hizo hace poco la Fundación Sol de la encuesta CASEN 2017 es más lapidario: el 54,3% de los trabajadores chilenos gana menos de $350 mil líquidos; el 74,3% gana menos de $500 mil líquidos, y solo el 16,1% gana más de $700 mil líquidos. El promedio es $516.892. En ese universo, yo soy un privilegiado.

¿Cuál es el verdadero Chile?

 

«No podís ser tan desubicado de decir que los profesionales que valen la pena no ganan menos de cinco palos, cuando los profes de los liceos y los doctores de los consultorios ganan un quinto de eso».

 

Para no volverme loco, llegué a la conclusión de que no hay dos países paralelos, obviamente (esto no es una película Marvel). Lo que hay es una creciente falta de tino y de educación de parte de algunos giles, un ensimismamiento rampante entre el pequeño porcentaje ubicado en la cúspide de la cadena alimenticia. No hay por qué enojarse con quienes tienen éxito económico, mientras ese éxito no sea a costa de otros. Si embargo, lo que da rabia es que, con toda la plata que tienen, no sean más educados. Solía ser señal de buena educación regirse por la máxima de que no hay que contar la plata frente a los pobres. Si uno comparte un país con familias que paran la olla con apenas 300 lucas mensuales, no podís andar alardeando que te gastai esa cantidad en comida para perros. Es feo, es vulgar y demuestra que perdiste toda capacidad de empatía. Tampoco podís decir que no es posible mantener un nivel de vida decente con tres palos.  Y no podís ser tan desubicado de decir que los profesionales que valen la pena no ganan menos de cinco palos, cuando los profes de los liceos y los doctores de los consultorios ganan un quinto de eso.

Recuerdo que, hace diez o quince años, andaba en una micro por la Kennedy y detrás mío iban tres alumnos de un colegio privado bien caro. De pronto, se subió un tipo a vender alguna novedad completamente innecesaria. Vestía un terno demasiado ancho y reluciente de lo gastado, creo que lucía lentes poto de botella y su voz era gangosa. Apenas se mantenía en pie con los corcoveos que daba la micro. Pronunció un largo y florido discurso acerca de las bondades de su oferta, pero nadie lo pescó. Yo pensé: “Estos pendejos de atrás lo van a agarrar para el hueveo, los muy maricones”. Pero se mantuvieron en silencio hasta que el vendedor se apeó, tan patético como había llegado. Entonces, uno de los cabros dijo: “Pobre caballero. Qué lata no haber tenido suficientes monedas pa’ comprarle su cuestión. Cualquiera de nosotros puede estar en su situación algún día”. El resto asintió.

La anécdota reflotó en mi memoria porque días atrás iba en otra micro, escuchando la conversación de otro grupo de pendejos de colegio privado. Planificaban un viaje a Centroamérica para las vacaciones de invierno. Uno de ellos dijo que no tenía plata. El otro le recomendó trabajar un par de fines de semana en la empresa de su viejo. Demás que reunía 800 lucas y eso, más la mesada, bastaba para carretear en Guatemala un par de semanas. Hablaban en voz bastante alta, como para que los escucharan todos los pasajeros, el 54% de los cuales probablemente gana menos de $350 mil líquidos al mes. Señal de los tiempos.  

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