Por Ajenjo

Este es un texto que proviene de la rabia y del resentimiento. Ojalá lo entiendan desde esa perspectiva. Es la rabia que conduce mis dedos por el teclado, sumado a un poco de angustia y miedo y mucho, pero mucho resentimiento. ¿Entienden?

Vivo hace más de 20 años en Valparaíso y cada vez me convenzo más de que esta es la capital del fracaso. René Cevasco, periodista del rock, me dijo una vez: “Aquí nos sentimos bien, ya que esta ciudad está llena de perdedores y fracasados” y se largó a reír. Me lo dijo hace más de 20 años y ahora esa maldita frase me da vueltas por las neuronas flotando en vino tinto.

Es verdad.

Aquí en Valparaíso me siento bien ya que estoy lleno de fracasados y perdedores como yo. No me siento agredido por los demás. Los malditos “ganadores” o “cuicos” son muy pocos y están cercados. Aquí el sello es caminar mirando para abajo, con esa mirada tímida y ese paso lento, tratando de evitar la mierda de perro y la basura de las calles, además de los hoyos asesinos. Duraría cinco minutos en Vitacura, donde los locos rubios se pasean en autos descapotables gritando que se van a Miami. Aquí, en esta ciudad, que está maldita, soy feliz. Si me preguntan por qué, no lo sé directamente.

Yo soy raro y Valparaíso es raro.

Siempre he dicho que esta ciudad mata a sus propios habitantes. Para mi peculiar visión, es una urbe carnívora, que engulle a su pueblo a través de pasarelas, cornisas o edificios que se derrumban por estar literalmente podridos y la historia continuará.

¿Culpables? Ya no es hora de andar buscándolos. Nunca lo ha sido. Es la hora de seguir viviendo en la basura y en la hediondez y poner una triste mueca de sonrisa cuando algún turista o pariente que vive en otra parte te diga: “Que lindo es Valparaíso. Tiene una fuerza y un misticismo tan buena onda”.

Seguiré viviendo aquí. Tomando las cervezas con mis nuevos brother del Bar Entreamigos, donde aprovecho de jugar a las carreras de caballos, donde me siento feliz y no agredido por esos seres que se gastan la jubilación en doradas cervezas y cañas de tinto.

Se seguirán cayendo casas, seguirá muriendo gente. La historia no cambiará en Valparaíso. Sólo hay que prepararse para morir aplastado por una muralla, quemado por un incendio, tragado por una alcantarilla, reventado por una explosión de gas o bajo el mortal peso de una pasarela podrida.

Ojalá que, cuando llegue ese momento, estemos bien curados.