Una tradición guachaca que podría calificarse de internacional es la comida callejera, esa que se vende desde un canastito o en una cocinilla especial. En Chile obviamente no está ausente y desde siempre hemos conocido carritos, picadas, señoras y caballeros que se sientan con su mercadería en la plenitud de una avenida o esquina. En la tradición, los platos que mandan tienen que ver con farináceos, lo que traducido al chileno es la crujiente sopaipilla, el churro o el rico pan amasao. La marraqueta es la compañera ideal de noches frías y salidas de estadio, para envolver el pernil o como esencia del reponedor sándwich de potito.

Dentro de ese mismo marco de tradición, los chilenos nos topamos con que las calles se han convertido en terreno fértil para que “el amigo cuando es forastero” haga notar su cocina, para deleite de los voraces caminantes, compatriotas o forasteros, a quienes no les importe comer de pie.

La oferta es tan variada en estos días que los menús nos permiten gozar de anticuchos de pollo (ya sea en alitas o trutros), chancho (en esa pulpa humeante que recorre paraderos de micros o ferias libres), además de la tradicional carne roja (de procedencia más incierta). Dichosa fue la dama oriental que trajo sabores con ojitos rasgados y popularizó el “ayoyado a chen”. De los modestos chen fue subiendo de precio y contenido y hoy el arrollado primavera casi pasa a ser comida nacional. Pero si hay un comistrajo que se ha apoderado del espacio público hasta convertirse en líder de nuestras preferencias actuales es el hand roll.

Este invento de porte cilíndrico proveniente de la tradición nipona, fabricado a base de un frito que llaman tempura y arroz estilo sushi, se ha tomado las calles, sin importar el estrato social o la ubicación de la esquina. En barrios bajos y altos, el fenómeno es el mismo y la demanda por este rollo manual también. Sobre todo a las salidas de las estaciones de metro capitalinas, se puede observar y encontrar siempre a un efusivo promotor, emprendedor y fabricante de este nuevo paladín del mastique callejero. Tan popular y guachaca es que, si quiere comerlo fresquito, debe tener tacto y paciencia. Si no, el rollito se desparrama con facilidad, y más aún si quiere agregarle la salsa que cualquier vendedor decente es capaz de proveer, en formato de soya o agridulce.

Mención aparte es la masividad que fue tomando el sushi, que se hecho más incluso popular que el sándwich de pernil a estas alturas y que disputa su presencia entre los locales establecidos palmo a palmo con las botillerías y carritos completeros. Esa popularidad del sushi es la madre del éxito a viva voz del hand roll, que, como buen hijo, fue creciendo y tomando fuerza hasta convertirse en el monarca de las calles. Los puede pedir de carne, kanikama o pollo. Pero ahí están, como el retrato de un país que ya abrió sus fronteras y de lo guachaca, que no excluye la influencia extranjera. Más aún cuando el precio se mantiene accesible al bolsillo de cualquier compipa. A los niños les encanta y a los mayores también. En nuestras esquinas hoy puede hoy faltar la sopaipa y el sándwich, pero el hand roll NO.