Por Emilio Antilef

Prometían suspenderlo. Dicen que es un circo ultra comercial, superficial, chabacano y de un cuanto hay. Que es un carnaval de gastos y que refleja mal gusto o baja cultura. Todo esto como un pálido reflejo de lo que se le achaca a la vedette de nuestros festivales, algo ya comentados por acato.

Mientras tanto, el Festival de Viña, al cierre de estas emisiones, le sigue ganando a los agoreros, a los tontos graves, a los chaqueteros y ni sus más implacables jueces, a lo Passalacqua, Montecinos, Lafourcade, han podido vivir para ver su fin. Si hasta coincidir con un terremoto da material de sobra para hacer del evento un clásico que puede dar cuenta de las épocas y sus cambios, y que ha sobrevivido como algo típico de una chilenidad que sueña con volar al mundo y ve en una gaviota, más que una mascota, un emisario que trae el universo musical posible a Chilito.

Si hasta le inventaron alfombra roja, como un show de Hollywood. Y le ponemos atención aunque no queramos. No resulta mucho el dárselas de enemigos del certamen, si al final, para bien o mal, lo comentamos igual. Más aún si trae alguna resonancia polémica, donde la política no se ausenta. El escenario de la Quinta Vergara, aunque quiera, no le puede sacar el traste a la jeringa de lo que esté pasando y este año NO podía ser la excepción. Así es que solamente pónganle atención a los dados que están cargados y, ya lo dijo el puma Rodríguez: hay que escuchar la voz del pueblo, a veces.

La voz de ese pueblo que pifió a los Quilapayún en pleno gobierno de don Chicho Allende, cuando la banda comenzó a torear lo gustos “burgueses” del respetable.

Vox populi que le dio un real aplauso, ya sea por bando militar o clamor espontáneo, a un sonriente y civil Pinochet, o a un Bigote Arrocet dedicándole “Libre”, de Nino Bravo, en versión de rodillas, en esos años en que la transmisión era en blanco y negro.

Más atrás, en los 60, pregúntenle a una tal Gloria Simonetti lo mal que la pasó porque cierto público no perdonaba su linaje de cuna dorada.

Años después, el color se prendió en los televisores para ver a un Manolo González censurado por imitar al Augusto general que llegaba a Taltal

Y en pleno 82, un The Police aterrizaba liderado por un Sting que luego revelaría que el viaje le sirvió para componer “They dance alone”, como homenaje a las madres de detenidos desaparecidos y su “Cueca sola”.

También en la misma década, y a toda cámara, Massiel abogó por el regreso de Patricio Manns desde el exilio y el líder de Mister Mister se las jugó por los artistas amenazados de muerte, provocando la ira de Yolanda Montecinos aquel año 88.

 

Entonces, que ahora digan que el festival viene cargado la verdad es que no tiene nada de novedad, cuando lo que pasa en el país lo salpica igual. Y hasta resulta un fenómeno con algo de profecía: si uno examina atentamente las rutinas recién pasadas de Natalia Valdebenito, Kramer, Bombo Fica o Edo Caroe, ya estaba escrita la crisis que se venía. Por lo tanto, contra viento y marea, concluyamos que Viña tiene festival, pero ese viento y marea siempre salpicarán las aguas de este bodrio, para algunos, y clásico, para todos, que une a guachacas y finolios repletando la quinta o pegados en sus teles.