(En estos tiempos de encierro, nos pusimos na recordar con nostalgia aquellos días en que podíamos ver el mejor box del mundo en el Caupolicán. De baúl de los recuerdos, rescatamos este artículo que la adelantadita Romina de la Sotta escribió para la revista El Guachaca hace caleta de años).

El 18 de julio de 1940, en Nueva York, un chileno que ya tenía 30 años dejó a los gringos con la boca abierta al vencer por puntos al campeón Al Franklin. Era Antonio Fernández, Fernandito.

Para el poeta Nicolás Guillén, fue el gran campeón sin corona. Los argentinos lo bautizaron “El Eximio”, y eso que ellos “no son muy generosos para colocar nombres tan fulminantes a extranjeros”, según subraya el ex jurado boxeril Valentín Trujillo.

Los especialistas no ahorran elogios para este boxeador medio mediano (66 kilos). Los cautivaba su juego elegante, con estilo; su excelente vista y esquive natural. “Era muy hábil e inteligente –cuenta Florencio Maulén, eminencia del periodismo deportivo–, prácticamente no recibía castigo. Y ocupaba mucho el side step, que permite llegar a los rincones, salirse por el lado y dejar al otro boxeador peleando solo”. Pero eso no quita que no tuviera buen golpe. “Los que decían que sólo los tocaba estaban equivocados, porque a medida que les iba pegando, los iba demoliendo”, añade Maulén.

Otro prócer de los comentarios deportivos, Julio Martínez, resume: “Era una locura ir a verlo. Él y Arturo Godoy son lo más grande que ha tenido el boxeo chileno”.

Era tal la efervescencia que lo rodeaba que, en el Caupolicán, cuando terminaba el semi fondo y venía la pelea principal, en la que participaría Fernandito, todo el público se ponía de pie. “Era el favorito, el que hacía las gracias”, recuerda el tío Valentín. Como ponerse un pañuelo en la cabeza, que no se le movía ni un milímetro mientras le tiraban puñetes. “No sé si fue cierto eso; en todo caso, era bonito”, agrega el pianista.

 

LA ÉPOCA DORADA DEL RING

Al parecer, provenía de una familia de clase media. Sus padres eran españoles y tenían una panadería. A los 17 años ya era campeón amateur de Chile. Con esa misma edad, se convirtió en campeón sudamericano en Buenos Aires.

Como profesional, peleó en el Estadio Chile (hoy Víctor Jara) y, sobre todo, en el Caupolicán, en la época dorada de este deporte, cuando venían pugilistas extranjeros todas las semanas y el anunciador adelantaba la pelea de la próxima semana muy de smoking. “Era un rito ir al boxeo los viernes”, suspira Julito.

Los cabros locales acumularon harta experiencia con los extranjeros. “Se fueron haciendo un buen nivel justamente peleando y ganándole a los argentinos –comenta don Floro–. Fue lo que pasó con Antonio Fernández, quien les ganó también a brasileños, uruguayos, peruanos. No había un rival que pudiera sopesarlo en su división”.

Su fama cruzó la cordillera. Comenzó a pelear nada menos que en el Luna Park (Buenos Aires), donde se transformó en figura continental. Le ganó a todo el ranking argentino, evoca Trujillo, “incluyendo a un medio pesado, al famoso Jorge “Sapo” Assar, Jorge Assar, a quien noqueó, a pesar de ser un gran estilista. Es que cuando metía mano, la metía muy fuerte”. Asimismo, “vinieron dos franceses, un italiano y también les ganó”, detalla Maulén.

El siguiente paso sería la meca de los coscachos.

 

MUY TARDE PARA ESTADOS UNIDOS

A Gringolandia fue en 1940, pero ya tenía cerca de 30 años. “Fue muy tarde”, opina JM.

De todas formas, se hizo notar y obtuvo triunfos importantes. “El entrenador de Joe Louis, el campeón mundial de los pesos pesados de aquellos años, lo vio entrenarse y dijo ‘a este hombre no hay nada que enseñarle, prepárenlo físicamente nomás’. Así de talentoso era”, relata Trujillo.

Por alguna razón, al poco tiempo decidió volverse. Algunos dicen que se apestó de la mafia. “Conocía todos los entretelones de cómo se llevaba el boxeo en Estados Unidos –sospecha don Floro–. Había mafias y por eso a él no le interesó seguir en ese país. Vio todas esas cosas y no le gustó”. De hecho, se dice que una semana antes de irse, le mandó una carta al periodista Félix Daniel Frascara, director de El Gráfico, acusando a los promotores del Madison Square Garden: “Ellos saben que yo puedo ganarle al campeón y no quieren que me lleve la corona a Sudamérica –escribió–. Hago la maleta y me marcho a Buenos Aires. Echo de menos la calle Corrientes y a mi amigo Juan Darienzo, para bailar con su orquesta en el Chantecler.”

A Trujillo no le consta la versión de las mafias. “Sencillamente estábamos en plena Segunda Guerra Mundial y era difícil ir a Estados Unidos sin buenos padrinos, sin un manager con influencia en las asociaciones de boxeo y con buena llegada con los dirigentes que organizan las peleas por los títulos mundiales”, explica.

Como fuere, de regreso en su Buenos Aires querido, en los años 40 y 50 siguió brillando en el Luna Park.

 

“SALÍ LLORANDO DEL SANTA LAURA”

Florencio Maulén no recuerda el año exacto allá por los 60, pero sí, que nadie podía creerlo. “Fui uno de los que salí llorando del Estadio Santa Laura cuando le ganó este boxeador peruano –cuenta–. Toda la gente salió llorando”. El peruano, Antonio Frontado, era mucho más joven y después sería campeón sudamericano. Ésa fue la última pelea de Fernandito.

Después, llegó a ser entrenador de la selección nacional. “Aportó todos sus conocimientos –prosigue Maulén–. No llegó a consagrar a ninguna figura, pero siempre fue un buen entrenador, cosa escasa en este país”.

Lo más triste estaba por venir. La misma historia de siempre. Terminó prácticamente botado, en el hospicio de avenida La Paz, donde estaba la casa de dementes, aquejado de arteriosclerosis. Hasta allá fue a sacarlo el ex presidente de la Federación de Boxeo de Chile, Renato Coult, para que muriera en una forma más digna.

Martínez recuerda: “Fui a verlo y desde que entré me di cuenta de que estaba mal, porque todas las ventanas tenían rejas. Era un sanatorio con vigilancia. Estaba en el patio, desnudo, y le dije ‘Antonio, ¿cómo estás?’ Me miró, me miró, pero no me reconoció nunca. Para mí fue terrible el adiós de Fernandito”.

¿Qué pasó entre medio? No fue el copete, porque Fernández no era bueno para tomar. Al contrario, dicen que era serio y reservado. Eso sí, aclara el tío Valentín, “era muy aficionado a las artes populares, como todos los grandes boxeadores. Fue dueño del cabaret La Nave”. Se relacionaba con artistas internacionales. Terminó enamorándose de una de las hermanas Flores, del españolísimo Trío Moreno. Se casó con ella y se rumorea que la mujer le dilapidó los ahorros –que no eran ni tantos, porque en esa época el box no generaba fortunas millonarias– y después lo dejó botado.

“Lamentablemente se fue quedando, quedando y quedando –cuenta JM–. Y después se perdió, ya nadie sabía dónde estaba ni con quién. Tal como Fernández, Augusto Cárcamo, Eusebio Lillo, Domingo Rubio, Sergio Hermidio y un montón de boxeadores más que fueron campeones de Chile”.