La corona se la ganó por su trabajo voluntario en el comedor que comparte desayunos y almuerzos con quien lo necesite, a un costado de la iglesia Santa Ana (Santiago Centro). Pero su pega oficial está en la Fiscalía de Las Condes hace 15 años.

A la iniciativa solidaria llegó a través de la cueca, ni más ni menos. Otra prueba de que con la cueca solo pasan cosas bonitas. Resulta que nuestra reina es un prodigio del zapateo y se luce en grupos de cuequeros en distintos escenarios. Una de sus parejas de baile habituales es nuestro nuevo rey, Pedro El Grande (o Valenzuela, según dice el carné), y fue precisamente él quien la invitó a participar en el comedor que nació por obra y gracia de Los Madrugadores, grupo de laicos católicos. Marisol cuenta: “Fui conocer de qué se trataba. La verdad es que hace mucho tiempo andaba buscando una forma de ayudar, pero sin pasar por lo estrictamente protocolar de la Iglesia, y esta obra me gustó mucho. Siento que es una iniciativa muy buena la de mantener conectada a la gente de la calle con la Iglesia porque, aparte de darles desayuno y almuerzo, se lee con ellos la Palabra, se reza, etcétera. Entonces, se le trata de dar un sentido más humanitario a la acción propia de la ayuda”.

Hace más o menos un año que participa. Llenar guatitas y corazones se ha convertido en una de las actividades favoritas, junto con pasar tiempo con la familia y, por supuesto, la cueca. “El baile es un muy buen pasatiempo, te permite conocer y compartir con gente. Desde que lo conocí, me he dedicado a ir aprendiendo y a practicar, que es lo más importante”, dice.

«Con Pedro bailo muchísimo», dice la Reina. En estas dos fotos se la ve junto al otro primer coronado del año, el también cuequero Pedro Valenzuela.

 

La pandemia ha puesto en pausa sus presentaciones en público, pero no la ayuda en el comedor. “Al comienzo, cuando se declaró la cuarentena y nadie tenía mucha idea de cómo iban a funcionar las organizaciones solidarias, hubo dos domingos en que estuvimos parados. Pero luego de que vimos la necesidad y que era urgente seguir ayudando, nos convocamos y decidimos seguir trabajando cada domingo para preparar aunque sea el almuerzo de los muchachos”, prosigue.

Tuvieron que adaptarse a los tiempos. “Ya no podíamos hacerlos ingresar al lugar donde habitualmente almuerzan y toman desayuno, sino que más bien tuvimos que comprar potes desechables, envasarles el almuerzo y entregárselos a través de las rejas para que ellos se lo sirvan al frente, en la plaza, sentaditos. Así es que no hemos parado desde que empezó la cuarentena”, finaliza.

Además, ya tienen un permiso oficial y todo para seguir desarrollando su actividad. Es que ni un virus internacional puede doblegar la generosidad guachaca.

Los dejamos con Marisol y su barra en la iglesia Santa Ana: