En el Mes de la Patria renace el interés por los juegos de antaño, esos que no necesitan pilas y que estimamos típicamente chilenos. Sin embargo, muchos tienen su origen en otras latitudes.

Nuestro verdadero deporte nacional

Para algunos, es más chilena que el rodeo, más apasionante que el fútbol y requiere la misma concentración que el ajedrez. Es nuestra rayuela, declarada “deporte nacional” en 1948 y “símbolo cultural y patrimonial de la Nación” en 2014. Existen más de 50 asociaciones locales, más de 500 clubes y uno 40 mil jugadores federados, que incluso tienen su día: el 19 de julio, “Día del Rayuelero”. Entretenerse arrojando piedras a una línea dibujada en el piso al parecer es una costumbre antiquísima de los pueblos mediterráneos. Los españoles la trajeron a América, donde los criollos rápidamente la adoptaron y perfeccionaron, incorporándole el cajón relleno con arcilla, la lienza (una cuerda que reemplaza a la línea dibujada) y los tejos de bronce o plomo.

Un juego de 5.000 años

Por más pokemones que inventen, las bolitas se resisten a desaparecer de los recreos, y probablemente sobrevivirán a muchas modas más. De hecho, se encontraron bolitas o canicas en la tumba de un niño egipcio de alrededor del año 3000 a. C. En la Antigua Roma era uno de los juegos infantiles más populares, y siguió siéndolo en la Edad Media. Algunos estiman que llegaron a América desde Europa, aunque también se conocen bolitas americanas precolombinas. En Chile, se masificaron en el siglo XIX y desde entonces no han variado mucho. Jugar a la «hachita y cuarta» o a la “troya” es atemporal.

El mundo es un trompo

Puede que éste sea uno de los juguetes más antiguos y ubicuos de la humanidad. En la orilla del río Eufrates se han hallado peonzas de arcilla (especies de trompo sin punta de hierro) de seis mil años. Aparecen en pinturas y relatos de distintas culturas: mientras Virgilio los menciona en la Eneida, los hopis de Norteamérica los hacían bailar con un látigo. La versión tradicional chilena está hecha de madera de espino y tiene punta metálica, para poder propinarle “quiños” (golpes) al trompo adversario.

El palo ensebado empezó como un volcán

Esta competencia típica de las fondas rurales deriva de la “cucaña”, un juego que practicaban los habitantes de Nápoles en el siglo XVI. Cuando había alguna fiesta popular, armaban una mini-montaña que simbolizaba al Vesubio. Desde su cráter “erupcionaban” salchichones, quesos y pastas, que los participantes debían atrapar. Después el volcán se cambió por un poste del que colgaban salchichones y aves, se le untó jabón y se le llamó “palo ensebado”.

De Indonesia a los cielos chilenos

El volatín, juego favorito del Mes de la Patria, tiene un origen bastante alejado de nuestro territorio. Las últimas investigaciones lo sitúan en Indonesia, hacia el año 1500 a.C. Desde esa región poblada por navegantes conocedores del viento se difundió hacia el resto del planeta. Su aparición en Chile data del siglo XVII. Se dice que fueron sacerdotes benedictinos quienes trajeron la costumbre, que muy pronto causó furor por estos lados, aunque también produjo más de un disturbio. En 1795 las autoridades dictaron una orden que condenaba a seis días de prisión a todo aquel que golpeara a peatones con volantines. Pese a eso, su presencia se hizo indispensable en las Fiestas Patrias y se multiplicaron las “corridas”, en las que dos o más volantines buscan eliminarse unos a otros por medio del roce violento del hilo curado, hoy prohibido. Además, en nuestro país se habría inventado el “carrete”, creación del volantinero Guillermo Prado en el siglo XX.

Pero, aunque vengan de otras latitudes, vale la pena enseñarles a nuestros broca cochis a pasarlo bien con cosas sencillas, que no necesitan ni pilas, ni apps ni pantallas táctiles. No nos vaya a pasar esto: