Por Emilio Antilef

Salvo excepciones nortinas, Chilito y su a veces sufrida franja de tierra no tienen carnaval, pero sí tenemos festival, palabra que en los veranos se repite en toda ciudad que se mande las partes de ser un “atractivo turístico”. En el pasado quedaron las versiones de primavera, porque los festivales hoy son definitivamente para el verano. De sur a norte y de cordillera a mar.

Suena a verso, pero es cierto. La variedad de festivales de verano recorre balnearios y villorrios cordilleranos, orillas de río y ciudades señoriales de provincia. Los hay también con nombre del fruto clásico de la zona, y es así como nos encontraremos con “El festival de la Sandía”, ¿dónde?, en Paine, obviamente, o el “de la Frutilla” de San Pedro, donde podemos degustar ejemplares gigantescos y jugosos.

Hay versiones discretas y otras apoteósicas que se convirtieron en leyenda. Y además hay algunas mutaciones, como las llamadas fiestas. Por ejemplo, en el presente ha ido tomando fama ese evento con el guachacazo nombre de “Fiesta de la Carne y la Leche”, que se celebra en Osorno y que además va aparejada de comistrajos varios. Pero lo que todas estas magnas ocasiones tienen en común es el toque de elegancia y glamour que sus organizadores les intentan dar, con mayor o menor éxito.

Está claro que el más llamativo, internacional y a todo brillo es el Festival de Viña del Mar, que tantos asociamos a la voz por años repetida de Antonio Vodanovic. Por muy lejano que esté Viña de rincones extremos, ese balneario impuso el modelo a seguir. No hay festival que no le lleve alguna competencia de voces o canciones, con un jurado ad hoc que, en los pueblos y capitales provinciales, reúne a lo más granado de la intelectualidad local. Tampoco pueden faltar las transmisiones de equipos móviles para alguna radio con nombre estelar, y ojalá que la animación esté a cargo de un rostro de la tele, aunque sea del pasado remoto en blanco y negro, para darle el caché obligatorio que hace que los alcaldes le den un empujón presupuestario al brillo, que muchos usan como trampolín a la fama.

Si hasta las comunas tienen lo suyo, siempre calcando la fórmula de animadores guapetones más artistas que ven el verano como LA ocasión de llenar sus arcas para el resto del año. De hecho, varios nombres se repiten en los festivales del país, desde consagrados hasta alguno que apenas han rozado un set de TV, pero que en el festival se vuelven estrellas a todo fulgor. Mención aparte merecen los monarcas, reyes o reinas que, tal como en nuestra magna cumbre, se eligen por votaciones de diversa índole. Las reinas, especialmente, solían lucir escasa ropa, requisito para que sus fotos aparecieran en diarios y hasta calendarios. Hoy, más bien se visten de alguna causa en boga.

Todo como parte de esas palabras claves de fiesta o festival que, por unos días, se esfuerzan por llenar el vacío que dejaron los carnavales.