La Constelación Guachaca

 

-Roberto Parra (1921-1995): Padre de las cuecas choras

El Tío Roberto irrumpió como el antídoto que, sin saberlo, necesitábamos con urgencia: contra la cueca oficial que nos quiso imponer la Junta, contra la cultura de malls que llegó a arrasarlo todo, contra el ideal de rubia siliconada que nos vendía la tele. Nos recordó cómo éramos realmente los chilenos.

Rober fue uno de los nueve hermanos Parra Sandoval y, tal como Nicanor y Violeta, pasó pellejerías durante su infancia en Chillán y Lautaro. Después de que el papá murió, tuvieron que hacer de todo: limpiar tumbas, barrer pisos, servir comida y también cantar por unas monedas. A los 14, cuando la familia ya se había ido a Santiago, inicia su carrera de guitarrista de boliches, así como la vida errante que lo caracterizó, sobreviviendo en ramadas, mercados, circos, cabarés, casas de gastar… Solo ahí podía cuajar su gran invento, la mezcla de foxtrot y cueca que hoy conocemos como “jazz guachaca”. Pero quizá sus creaciones habrían permanecido en el anonimato si sus sobrinos, hijos de Violeta, no hubiesen empezado a tocar las cuecas choras del tío. No tenían nada que ver con las típicas cuecas campesinas. Destilaban picardía, humor, violencia urbana; “El Chute Alberto” incluso está escrita en coa. Llamaron la atención. Con apoyo de la familia, que se esforzó por mantenerlo lejos del “enfiestamiento”, Roberto empezó a grabar y a tocar de manera más profesional. En 1980 consigue que le publiquen “Décimas de La Negra Ester”, la obra que el Gran Circo Teatro estrenará ocho años después. Es su consagración. Luego vendrán el estreno de “El desquite”, Los Tres tocando sus cuecas en Miami y los guachacas dedicándole la Primera Cumbre, ya como un homenaje póstumo.

Con información de musicapopular.cl y El Mercurio.

 

-Gabriela Pizarro (1932-1999): Descubridora del canto tradicional

Junto a Violeta y a Margot, Gabriela es parte de la Santísima Trinidad del folklor chileno. Cuánta música, cuánta danza jamás habríamos conocido de no ser por sus investigaciones, que luego difundía en clases y discos. Todo empezó en Lebu, cuando iba con el papá a cobrarles arriendo a inquilinos y lograba atisbar sus tradiciones más íntimas, como el velorio del angelito. Su mamá, salida del Conservatorio, también le enseñó música, pero probablemente su mayor influencia fue la nana querida, una cantora de chinganas que le mostró el arte popular vivo. Nada de raro que haya terminado siendo alumna aventajada de Margot Loyola en la Chile, fundadora el grupo Millaray, «socia» de Violeta Parra, responsable de la más completa exploración musical hecha en Chiloé y profesora de varias generaciones de músicos. Ni siquiera paró cuando la pista se le puso difícil después del golpe. Siguió enseñando canto en las poblas, grabando cuando podía, investigando sobre el romance y hasta se las ingenió para salir de gira por Europa y Canadá. Solo el cáncer la detuvo a los 67 años, mientras trabajaba en un disco de cuecas recopiladas por su comadre Violeta.

Con información de musicapopular.cl y Memoria Chilena.

 

-Joaquín Murieta (?-1853): El justiciero del pueblo

Entre los miles de compatriotas que partieron a California en busca de oro a mediados del siglo antepasado, cuentan que iba Murieta, un señorito burgués de Santiago, según unos, o un chorizo de puerto, según otros. La cosa es que se estableció en el Chilecito surgido como callampa en San Francisco, se casó con una mexicana (Carmen o Carmela) y prosperó sacando oro. Hasta que unos flaites gringos que se hacían llamar Los Galgos asaltaron su placer, asesinaron a su mujer luego de violarla y al él lo dejaron pal gato. Cuando fue a hacer la denuncia a The Police, parece que lo atendió un antepasado del jefe Gorgory de los Simpsons, porque le dijo: “Haga justicia con sus propias manos”. Eso hizo. Murieta reunió un ejército de 300 hombres, entre chilenos y mexicanos picados por los malos tratos que recibían de los yanquis. Primero le sacaron la contumelia a Los Galgos. Después agarraron papa y empezaron a arrasar pueblo tras pueblo. El nombre de Murieta se hizo famoso. Al escucharlo, los hombres escupían el whisky y a las damas se les caían las enaguas. Su testa tenía precio. Finalmente, en 1853 mandaron tropas desde Washington y le hicieron una encerrona. La cabeza del Joaco fue exhibida en un frasco de alcohol en varios pueblos, a un dólar el lookin. Se ha sostenido que “el Robin Hood de El Dorado californiano” en realidad fue mexicano, y que lo “chilenizaron” cuando se publicó su biografía en Chile, para vender más ejemplares. Pero Neruda aseguró que era chileno. Y si él lo dice…

Con información de Memoria Chilena y Roberto Hyenne: El bandido chileno Joaquín Murieta en California (Santiago, 1902).

 

-Ramón Aguilera (1939-2003): Centinela de los atardeceres

Responsable de verdaderos himnos de la canción cebolla, este hijo de San Antonio seguía trabajando como soldador cuando inició su carrera de cantante profesional en la Radio Portales, en 1963. Ahí lo conoció un productor que se lo llevó a grabar a la RCA, impresionado con su estilo de canto tan emotivo. Lo que sigue es una racha de éxitos: “Cuatro paredes”, “El viento entre las hojas”, “Sombras”, presentaciones en Buenos Aires, participación en la película “Tres tristes tigres” (1968) del maestro Raúl Ruiz, y esa cumbre musical llamada “Que me quemen tus ojos”, que vendió más de 150 mil copias en 1970. Pero entonces vinieron los malos tiempos. Al ídolo de boites y quintas de recreo se le cerraron las puertas. Sin ni uno, pero con la dignidad intacta, a inicios de los 90 figuraba en ferias libres cantando y vendiendo sus casetes. Sin embargo, el destino le tenía reservada una revancha. Las nuevas generaciones noventeras lo redescubren. Graba un antipoema de Nicanor Parra junto a Congreso, hace un dueto de boleros con Javiera Parra, actúa en las fiestas de la cultura que arma el gobierno de Richard Lakes, y nosotros tuvimos el honor de tenerlo en dos Cumbres Guachacas (1999 y 2000). Ramón se fue querido y admirado.

Con información de musicapopular.cl.

 

-Arturo Godoy (1912-1986): Escultor de mentones

De no ser por el servicio militar, uno de los más grandes deportistas chilenos probablemente se habría quedado pescando en Caleta Buena (Iquique). Fue en el regimiento Carampangue que descubrió el boxeo y resultó que tenía el talento y la infraestructura (medía 1,90 y pesaba 90 kilos). Su carrera se fue por un tubo. Peleó en La Habana, Miami, Barcelona… Le sacó la cresta a cuanto contrincante le pusieron por delante. Sus éxitos en el ring lo llevaron a disputarle el título mundial de los pesos pesados al legendario Joe Louis en 1940. El retador estuvo a un pelo de ganar, pero al final perdió por puntos. Igual, la leyenda ya había nacido. Floridor Pérez le escribió un poema, Pepe Aguirre le cantó un tango y en Colombia le hicieron una cumbia. Cientos de páginas se han escrito sobre el gladiador iquiqueño, que además era rebuena onda. Dicen que compartía las noches de bohemia con los ágiles de la prensa deportiva, tan idólatras del púgil como el resto de los aficionados guachacas al box.

Con información de Memoria Chilena y El Desconcierto.

 

-Negro Farías (1944-2007): Ruiseñor de los cerros porteños

Nuestro querido sed symbol, Jorge Farías, representa el último estertor de esa bohemia porteña que alcanzó su máximo brillo en los 60. El intérprete de boleros y valses nacido en el Cerro Alegre aprendió su oficio viendo películas mexicanas y escuchando a Miguel Aceves Mejía en el Teatro Pacífico. A los 12 ya cantaba a capella en micros y ferias. Poco a poco fue haciéndose un espacio en locales insignes del barrio Puerto, como el Yako, el Liberty y el Roland Bar. Gracias a un concurso radial, pudo grabar su primer disco. Siguió grabando canciones arrebatadoras durante algunos años, incluida “La joya del Pacífico”, de Víctor Acosta, antes que Lucho Barrio. Se habló de internacionalizar su carrera y todo, pero algo pasó. De pronto las radios dejaron de tocarlo y la prensa, de mencionarlo. Eso no impidió que la leyenda continuara creciendo. Sus hits se transmitían de mesa en mesa, de bar en bar, porque él siguió cantando incluso después de que los milicos mandaron la bohemia a la UTI y la democracia nos trajo al McDoncald’s. Murió de cirrosis hepática casi solito, pero una vez que se corrió la voz, medio Valpo se congregó en su velorio, frente a La Matriz. Es el único músico con una estatua en el puerto. Está en plaza Echaurren, es de yeso pintado y, de alguna manera, eso la hace más bonita.

Con información de musicapopular.cl.

 

-Tony Caluga (1917-1997): Patriarca del circo chileno

¿Quién no se quiso escapar de la casa cuando chico, para unirse a un circo? Abraham Lillo Machuca lo hizo a los 9 años. Se fue de su hogar en Sierra Gorda y buscó refugio en circos rurales. Al parecer, estuvo en varios e hizo de tutti cuanti: trapecio, malabares, acrobacias… Finalmente se inclinó por el rol de “tony”, el payaso pelusón y atorrante que distrae al respetable mientras arman los aparatos circenses entre número y número. El salto a la fama se lo pegó en Las Águilas Humanas, donde lo reclutaron luego de que un conocido del dueño se fijara en sus dotes payasísticos. Tan bien le fue en las Águilas que en 1960 inauguró su propia carpa: El circo de los veinte payasos. A esas alturas, ya era el tony más querido del país. Méritos no le faltan. Siempre que llegaba a una ciudad, regalaba entradas a los niños que no podían costearlas. Además, como presidente del Sindicato Circense de Chile, empujó importantes iniciativas legales para favorecer a sus colegas, como la ley de previsión para artistas circenses. Lo cierto es que toda su vida defendió al circo como patrimonio nacional y se aseguró de darle cuerda para rato al fundar un clan familiar leal a esa tradición.

Con información de Memoria Chilena y Radio Universidad de Chile.

 

-Antonio Acevedo (1886-1962): Enhebrador de penurias

En una época en que la gallada se entretenía con puros sainetes, zarzuelas y melodramas cebollas, él se impuso con sus obras sobre pobreza, alcoholismo y prostitución. Abordaba eso temas sin censura y con absoluto conocimiento de causa, porque él mismo era un proleta de verdad, hijo de una campesina y de un minero chasquilla de Angol, exniño vagabundo autoeducado a pulso, un hombre inconformista que encontró en la escritura un arma de lucha. Sus piezas, que solían ser representadas por compañías obreras, eran tan convincentes que un espectador despistado llegó a dispararle al actor que hacía de paco en el debut de “Los deportados”. Varios de sus estrenos terminaron en despelotes. Los empingorotados grupos literarios de la época se burlaban; decían que escribía con serrucho. Pero en 1954 ganó el Premio Nacional de las Artes, mención Teatro, ¡güichipirichi! Entre la caleta de textos que firmó están “Chañarcillo”, “Almas perdidas”, “La canción rota”, “Joaquín Murieta” y una novela sobre Pedro Urdemales. Hoy se le reconoce como el precursor del teatro social chileno.

Con información de Memoria Chilena y escenachilena.cl.

 

-Fray Andresito (1800-1853): El santo de los populares

Andrés García nació en un caserío perdido en las islas Canarias sin mucho más que una ermita franciscana. Desde chico rayó con la idea de ser fraile. Muertos los taitas y viendo que no había pega en el islote, zarpó rumbo a Montevideo, donde al fin cumplió el sueño de ingresar a un convento franciscano. La mala suerte: poco después, el presi uruguayo clausuró la orden por improductiva. Andrés se mudó entonces a Santiago, a la Recoleta de San Francisco, donde asumió como limosnero a domicilio. En los siguientes diez años, del alba al atardecer, recorrió las calles capitalinas pidiendo recursos para fines piadosos, hasta que una pulmonía le arrebató la vida el 14 de enero de 1853. Al funeral llegó cualquier gente, los diarios llenaron sus páginas de loas y El Mercurio hasta sacó un poster con su retrato. ¿Cómo tanto? Resulta que Andresito no solo se dedicó a machetear. También escuchaba penurias, visitaba cárceles y hospitales, repartía remedios, acompañaba a los moribundos y todas las noches se reunía con obreros sedientos de fe y conocimientos, lo que derivó en la “Hermandad del Corazón de Jesús”, una organización con 7.000 socios que se ayudaban entre sí. Más encima, dos años después de su muerte, exhumaron el cuerpo para cambiarlo a una mejor cripta y resultó que estaba incorrupto. Recién en 2016 el papa lo nombró “siervo de Dios”, pero para nosotros siempre ha sido el Santo Guachaca.

Con información de frayandresito.cl e iglesiadesantiago.cl.

 

-Ana González (2015-2008): La diva nacional

Su tremenda versatilidad para interpretar comedia, drama y farsa le permitieron llenar teatros a lo largo de Chile y destacar en radio, teatro, cine y televisión. Y eso que nunca pisó una escuela formal de actuación. Llegó al shop-bisnes por casualidad, a los 19 añitos, cuando la invitaron a participar en una obra de teatro de obreros, “En casa de herrero cuchillo de palo”. Corría el año 1934. A fines de esa década, ya era ultra famosa. Dejó la tendalada sobre todo con su personaje de La Desideria, que creó para el programa “Radiotanda”. Era una empleada doméstica de sombrero estrafalario y sin pelos en la lengua, que encaraba a sus patrones para exigir sus derechos. Pero también se peinó con el teatro en serio. Siendo ya una estrella rutilante, se unió al Teatro de Ensayo de la UC, donde estuvo en varios montajes (“El burgués gentilhombre”, “La loca de Chillot”, “Versos de ciego”, etc.). Isidora Aguirre le escribió especialmente el papel de Rosaura, la líder de las pergoleras, en “La pérgola de las flores”. Y dejó a todos pa’ adentro cuando se rapó la cabeza para interpretar a “María Estuardo”. Recibió el Premio Nacional de Arte en 1969. El Alzheimer le impidió seguir actuando a fines de los 90.

Con información de Universidad Católica y Memoria Chilena.